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“El dogma del Fantasma en la Máquina”

03/2015

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Gilbert Ryle, filósofo británico de la escuela analítica, en su libro The Concept of Mind (1949), estableció unas bases teóricas para refutar la teoría de la dualidad cuerpo-mente postulada por Descartes (1596-1650). Para ello, utilizó exclusivamente artillería pesada filosófica y lingüística. Actualmente las neurociencias parecen estar demostrando que esas bases teóricas podrían ser acertadas, y por lo tanto, cuestionarían científicamente la existencia de la libertad en el sentido de libre albedrío (free will) atribuida a la mente-alma cartesiana.    

Ryle describió la teoría cartesiana de la dualidad utilizando el término mente como sinónimo del alma cartesiana, aunque no la necesitara para sus propósitos destructores. Para Descartes, el cuerpo (res extensa) es finito, requiere espacio y tiempo, y sigue el determinismo natural. Sin embargo, el alma (res cogitans) es incorpórea e intemporal, por lo que presumiblemente es sobrenatural y eterna, y además, es la responsable del libre albedrío humano.

Según Ryle, hay entonces dos tipos de vida para Descartes: la vida material del cuerpo y la espiritual de la mente. La del cuerpo está sujeta a las leyes naturales deterministas: lo que ocurre no puede ser de otra manera, epistéme como apuntaría Aristóteles, mientras que la mente, debe disponer de libre-albedrío o voluntad, que es una propiedad imprescindible, necesaria para la mente (alma) según las creencias religiosas dominantes de la época en que Descartes sobrevivió: El Barroco. Las personas nos comunicamos y percibimos la realidad del mundo en la vida material del cuerpo usando los cinco sentidos, pero la mente no se comunica con otras mentes por ella misma, y sólo podemos «echar una mirada” cada persona a la suya propia por introspección, es decir, no es posible para Descartes conocer los estados y procesos de otras mentes ajenas a la propia.    

Ahora ya podemos comprender que cuerpo y mente son entes totalmente diferentes, como vidas paralelas que nunca se entrecruzan y que la una tiene un inevitable final físico y la otra no. Esta antítesis entre lo interno al hombre (la mente) y lo externo (el mundo físico) se ofrece como una metáfora, ya que si las mentes no están en el mundo, ni en el espacio ni en el tiempo, entonces difíciles explicaciones tienen las relaciones que se producen entre la mente y el cuerpo, porque la primera dicta acciones al cuerpo y éste las ejecuta, y al revés también, ya que una enfermedad del cuerpo puede afectar a los pensamientos, la memoria o al libre albedrío.    

Ryle se refiere deliberadamente a la teoría cartesiana como “El dogma del Fantasma en la Máquina”, y va a tratar de probar que es desacertada. Para ello, establece las bases de su argumentación en un error lingüístico de tipo particular: una especie de falacia lógica o combinación de términos lingüísticos con tipos lógicos incoherentes de distinto significado, que lo denomina error de categorías diferentes o error-categorial, y que para él es el origen del error o mito cartesiano.    

Describe varios ejemplos del error-categorial para intuir de qué se trata. En uno de ellos un extranjero visita el campus de Oxford o Cambridge por primera vez y visualiza librerías, aulas, campos de juegos, museos, pero “no ve” la Universidad. Esto es porque «Universidad» es una categoría abstracta, diferente, mientras que lo observado es algo concreto. No puede decir que haya visto librerías, aulas, campos de juegos, museos y la Universidad, porque es absurdo, ya que la Universidad pertenece a una categoría diferente. También, si hablamos de las Constituciones, quedamos desconcertados si relacionamos Constituciones británica, francesa, norteamericana y, por ejemplo, Ministerio del Interior, porque mientras las tres primeras son instituciones, la última no lo es en el mismo sentido de la palabra (o del contexto), por lo que se produce un error-categorial.    

Concluye Ryle que con la teoría de Descartes la vida física y la vida espiritual no pertenecen a la misma categoría, porque se desprende de ella que existen cuerpos con propiedades físicas y almas con propiedades espirituales, propiedades estas completamente diferentes incluso antagónicas. Para él, éste razonamiento es absurdo porque al decir «alma y cuerpo», o también «alma o cuerpo», se está componiendo una conjunción o disyunción de términos de sentidos diferentes, y por lo tanto se produce un error-categorial.    

Deduce entonces que, admitiendo la teoría cartesiana, la mente de una persona no puede ser relatada directamente por otra persona, ya que es totalmente desconocida e inaccesible para otras mentes. Sin embargo, el conocimiento de los estados mentales de “otros” parece estar siendo verificado empíricamente por las neurociencias. Técnicas como la Resonancia Magnética y las tomografías TAC, facilitan observar en vivo y en directo, imágenes y videos de la actividad mental. Por lo tanto, y desde una perspectiva naturalista, los científicos tienen la posibilidad de llegar a conocer los estados y procesos de cualquier cerebro-mente, lo que refutaría una parte sustancial de la teoría cartesiana en lo referente a conocer esos estados y procesos de mentes ajenas a la propia.    

En otro orden de cosas, la voluntad o libre albedrío del alma cartesiana (mente), queda cuestionado por los descubrimientos científicos:    

En 1979, el neurólogo Benjamin Libet, realizando un experimento de laboratorio se encontró inesperadamente en que hay un retraso de entre 350 y 500 milisegundos desde la inicial decisión del inconsciente y la final decisión de la voluntad de realizar una acción. Es decir, el libre albedrío es posterior a la decisión que hasta medio segundo antes ha decidido anticipadamente el inconsciente, con lo que el libre albedrío parece ser una simple ilusión.    

Recientemente el neurocientífico John-Dylan Haynes, del Bernstein Center for Computational Neuroscience de Munich, ha realizado experimentos con un escáner cerebral, dónde se postula que en la mayoría, sino en todas, las decisiones son inconscientes, es decir, no racionales o no libres (no free will), ya que se puede saber con siete segundos de anticipación, qué es lo que va a decidir “conscientemente” una persona, incluso antes de que piense que va a tomar tal o cual decisión. Esto significaría que el libre albedrio queda otra vez en entredicho, y por lo tanto, la teoría cartesiana del cuerpo-mente también, lo que refrendaría empíricamente la teoría filosófica-lingüística de Ryle.    

Es menester señalar que las neurociencias están todavía en ciernes, pero su desarrollo teórico, práctico y de interpretación de los estados mentales avanza muy rápido. Quizá en poco tiempo podamos clarificar científicamente si la teoría de Gilbert Ryle es correcta en lo que concierne al libre albedrío, lo que reforzaría colateralmente su mito de Descartes o “El dogma del Fantasma en la Máquina”.

Arturo Gradolí.

Abril 2015