Sobre el término medio
03/2013
Hoy, tarde de nubes amontonadas y malcaradas, a fin de practicar sobre cómo redactar mejor, debería escribir algo relacionado con la argumentación de algún hecho o algún posible acontecimiento, pero … ¡Houston, tengo un problema! No sé siquiera sobre qué expresarme, y menos, sobre qué razonar, pero además resulta que mis neuronas me avisan de que desean seguir descansando; las muy holgazanas parece que han encontrado el relax en el despropósito del extremo fácil de la despreocupación y la pereza.
Hace un día de esos para estar amodorrado, esperando a que la diosa de las lluvias tenga a bien derramar sus lágrimas de gozo sobre esta caseta de pino donde estoy buscando esa ansiada inspiración. Las gotas de agua están impacientes por satisfacerse al acariciar mi morada, y cantarme canciones de néctar de lluvia que nutran mi indigencia creativa. Imploran su deseo de nacer en el cielo y de morir en la tierra sólo por satisfacerme.
Debería en primer lugar, tratar de simular una tormenta de ideas, para a continuación ordenar las frases o términos otorgados por esas neuronas traviesas que hoy van a la suya. En seguida debería ordenar las palabras escritas con rapidez y escasa precisión, para encontrar categorías y poder agruparlas con una etiqueta más bien abstracta. Pero siguen retozando y cantándose nanas las unas a las otras ¡Un momento!, parece que alguna empieza a desperezarse. Se arrastra con parsimonia hasta mi oído y me sugiere que podría argumentar precisamente sobre los extremos.
Decía Aristóteles que siempre hay que buscar el término medio, la recta razón o regla, y evitar esos extremos tan antagónicos de excesos y defectos como son la extrema diligencia y la pereza. Pero, ¿cómo encontrar ese tan ansiado término medio?
Quizás tengamos que experimentar ambos bordes para tratar de intuir donde se encuentra ese equilibrio, que nunca será exactamente la mitad de algo. Encuentro entonces, que habrá que investigar sin miedo, pero siempre dentro de un orden, claro está, al menos un orden subjetivo que ofrezca algún beneficio para todos los implicados, es decir, un orden inteligente. Pero pienso que, si el término medio de algo fuera regla, entonces deberían necesariamente existir criterios de corrección para saber si ese algo es correcto o no: hacer caso omiso de una señal que exprese una regla, como puede ser cruzar un semáforo en rojo, es incorrecto tan sólo, porque existe una regla o norma que así lo dictamina. Sin criterios de corrección no puede existir regla alguna.
Si decidimos averiguar por nosotros mismos sin prestar atención a esos criterios, que en definitiva se refieren principalmente a convenciones, prejuicios y creencias, podríamos reconocer por dónde anda perdido ese fastidioso y complicado término medio. Quizá el argumento sea vivir esos extremos y decidir por uno mismo. Un poco de suerte y de buen tino al elegir las experiencias que deseemos vivir, sería un buen comienzo. La justificación podría ser que todo puede ser de otra manera, como necesariamente ocurre en estos avatares prácticos.
Las gotas de lágrimas divinas ya cantan su melodía ancestral.
Arturo Gradolí.