SI no existe tal enfermedad: LA INVENTAMOS
05/2016
Decía Nietzsche, que cuando los hombres no vivían todavía en sociedad, eran libres, salvajes, vagabundos, y sus instintos naturales se exteriorizaban para luchar en el medio hostil de la naturaleza (probablemente se refería al deseo sexual, la supervivencia física, el sufrimiento, el placer y la agresión cazadora). Sin embargo, cuando el hombre empezó a vivir en sociedad y en la paz, todas esas fuerzas interiores no podían desahogarse hacia afuera, hacia el medio natural, y se volvieron hacia dentro, hacia el interior de nuestra mente.
Entonces, la enemistad, la crueldad, el deleite en la persecución, en la agresión, en el cambio, en la destrucción, se apoderó de la conciencia humana. Esto es lo que Nietzsche denominó como la mala conciencia, provocada por el instinto de libertad reprimido, el sufrimiento interior del hombre, resultado de una separación violenta de su pasado animal, de sus instintos inconscientes de libertad, domesticados en la estrechez y regularidad de las costumbres.
Así expresaba Nietzsche en su Genealogía de la moral de 1887, su interpretación sobre la libertad constreñida por las estrecheces sociales, tesis que fue apoyada convincentemente por Freud, que en sus primeros escritos ya afirmaba que la raíz de la agresión se encuentra principalmente en una frustración instintiva. Nietzsche está hablando de instintos y emociones reprimidas, es decir, de resortes y fuerzas naturales inconscientes, no racionales, no reflexivas, que determinan nuestras acciones y pensamientos.
El déficit de serotonina como agente neurotransmisor produce depresión o Trastorno Depresivo Persistente. Pueden ocurrir entonces dos casos: que el déficit de serotonina sea estructural, innato, o que sea sobrevenido. En ambos casos, no parece haber duda de que la depresión mental puede emerger en el individuo a lo largo de su vida de forma natural. Pero se da la circunstancia de que una parte del colectivo de personas con depresión tiene los niveles de serotonina normales, por lo que se trataría de una depresión no fisiológica, una depresión sobrevenida e inducida por el medio social, la cual neurodeterminaría el estado de ánimo y la conducta del individuo depresivo.
Este tipo de depresión no fisiológica en la que se aprecian sus síntomas típicos, tiene entonces un origen extrínseco al sujeto, y podría, al igual que otros problemas mentales, ser la consecuencia de ese instinto de libertad reprimido que produce sufrimiento interior, resultado como apuntaba Nietzsche, de la separación violenta de nuestro pasado animal.
Parece evidente que si la etiología de los síntomas de la depresión es incorrecta, entonces el tratamiento muy probablemente será inadecuado e ineficaz. Es por esto que, el uso de antidepresivos puede ser perjudicial para sanar este tipo de depresiones, ya que los psicofármacos curan los síntomas pero ocultan las raíces del verdadero problema: el sufrimiento mental inconsciente resultado de la frustración de la libertad instintiva.
Probablemente el uso de antidepresivos para las depresiones no fisiológicas sea perjudicial para la salud mental a medio o largo plazo, porque se produce una retroalimentación perniciosa hacia la propia mente. Esto ocurre al no desahogar ese sufrimiento hacia afuera, hacia el medio, sino que por el contrario, éste permanece y se acumula. A modo intuitivo sería como si tomáramos algún tipo de droga para evitar el estornudo que expulsa unas motas de polvo en la nariz.
El negocio lo primero.
No es descabellado pensar que, la predisposición humana a depresiones no fisiológicas, sea utilizada entre otras técnicas por la industria farmacéutica para inventar «depresiones ocultas» a las que poder aplicar «tratamientos eficaces». Es el caso por ejemplo del trastorno de ansiedad o fobia social, sacado a la luz por Allan V. Horwitz en su libro «Creating mental illness. University Chicago Press, Chicago, 2002»:
La promoción de la fobia social como trastorno ha seguido un cuidadoso sistema de marketing que, buscando promover un medicamento, ha promovido primero un trastorno. Una compañía farmacéutica [1] contrató a la agencia de publicidad [ ] para promover el trastorno de ansiedad social como una enfermedad grave, que sería tratada con su molécula paroxetina. El primer paso consiste en sensibilizar a la población general ante este trastorno, con anuncios y noticias que hablan de lo frecuente que es (“según los expertos”) y los estragos que causa. Se dice que, hasta ahora, ha sido una enfermedad infradiagnosticada, que se sufría sin ayuda, pero que ahora tiene tratamiento. Simultáneamente, se educa al médico a través de diversos medios (visitadores, propaganda en revistas científicas, congresos y jornadas sobre el tema…) anunciando la nueva enfermedad y su remedio. Se establece la necesidad en la gente para el nuevo fármaco y se crea el deseo de recetarlo en los clínicos. Una vez sensibilizada la población, se recomienda “consulte a su médico” y donde teníamos una solución en busca de un problema, se ha conseguido que sea el problema creado el que busque la solución.
La prevalencia de la fobia social a principios de los años 80 era del 2,75% y escaló en diez años al 13,3%.
[1] Documento de ampliación psiquiátrica: Mercaderes en el templo: hegemonía del paradigma bio-comercial en Psiquiatria (2010) (pag. 329) de José García-Valdecasas Campeloa y Amaia Vispe Astolab.
Arturo Gradolí. Informàtic, Filòsof i Màster en Història i Comunicació de la Ciència (UPV-UV)