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01/2013
(WITTGENSTEIN: neurofilosofía computacional)
Tags: neurociencia, neurolibertad, neurodeterminismo, algoritmos mentales, sugestiones profundas, inteligencia artificial, gradación racional, neuropolítica, neuromarketing.
El modelo astronómico geocéntrico es aquel en el que la Tierra está situada inmóvil en el centro del universo y el Sol la circunda. Esta antigua creencia babilónica, desarrollada por los astrónomos griegos, tenía la propiedad de poder calcular y predecir aceptablemente la posición futura de los objetos celestes conocidos. Un modelo basado en una hipótesis errónea, y que sin embargo, predecía fenómenos naturales de forma correcta, aunque poco precisa. Para ello se inventaban nuevos y extravagantes conceptos como los epiciclos y el ecuante, que hacían encajar los resultados deseados dentro del modelo astral de Ptolomeo. Es decir, sobre un modelo cosmológico incorrecto, se acomodaban bien unas predicciones bastante acertadas.
Aristarco de Samos (310-230 a.C.) astrónomo y matemático griego, propuso el modelo heliocéntrico, aquel en que el dios mítico Helios ─el Sol─, está en el centro del universo y la Tierra orbita a su alrededor. Sin embargo, Aristarco no persuadió, quizás porque el modelo geocentrista explicaba el mundo de aquella época, y esto fue una causa de que durante muchos siglos las líneas de pensamiento de filósofos, teólogos y astrónomos dirigieran sus miradas exclusivamente al modelo geocéntrico.
Copérnico recuperó a Aristarco, y con Galileo y Kepler, demostraron que el modelo geocéntrico era erróneo: había otro mucho más simple y preciso. La astronomía geocéntrica, al cabo de más de un siglo, sufrió un fuerte revés con el paradigma heliocéntrico. Este nuevo modelo, fue el punto de partida de donde todo empezó a cambiar, a progresar rápidamente. Nuevas ideas y nuevas teorías comenzaron a construirse, dándonos más posibilidades, no tanto de conocer nuevas verdades, cuanto de imaginarlas que podrían ser correctas y verificables. El imaginario que éramos el centro del universo se disipó poco a poco con el tiempo, y entonces la filosofía natural y con ello la nueva ciencia, despertó de un profundo letargo basado en una interpretación o versión errónea de los hechos reales o hechos en bruto.
El modelo aristotélico del hombre, establece que éste es un ser que posee alma vital y racional, con dos partes, la científica y la calculativa o deliberativa, capaz de obrar decisiones bondadosas y libres cuando son tomadas bajo la virtud aristotélica dianoética de la recta razón o prudencia. Esta tesis del hombre con la facultad del libre albedrio o libre voluntad que aparentemente nos diferencia del resto de animales, es aceptada como verdadera al menos desde entonces, viniendo a ser reforzada por el racionalismo cartesiano en el siglo XVII con la dualidad entre el alma, en este caso inmortal, y el cuerpo. Con esta teoría, nuestra voluntad y nuestras acciones vienen avaladas por la libertad que nos otorgan los razonamientos libres, y por la capacidad de argumentar nuestras decisiones y nuestros pensamientos ─libertad entendida como voluntad individual racional consciente: «neurolibertad»─. Este modelo marcado por una acentuada racionalidad humana, podríamos denominarlo paradigma logocéntrico, ya que las teorías sobre la ética, la política, la psicología (en menor grado), y en general sobre el comportamiento humano, orbitan alrededor de la omnipoderosa razón humana. Algunos filósofos y psicólogos críticos en este aspecto, tales como Gustave Le Bon, Nietzsche o Hume, cuando éste último afirmaba que “la razón es, y sólo debe ser, esclava de las pasiones”, quizás intuía certeramente un nuevo paradigma, tal que el centro de la mente no es la razón, o al menos, no sea sólo la razón. También, Wittgenstein, en sus Investigaciones Filosóficas, atribuía el uso del lenguaje una vez ya aprendido ─mediante la repetición regular y el adiestramiento educativo─, a reacciones automáticas del sujeto al margen de la interpretación mental racional, una especie de resorte inconsciente, que junto al contexto de la situación de comunicación (gestos, actitudes, expresiones) es probablemente el referente del modelo actual de la denominada programación neurolingüística.
La neurociencia ─ciencia empírica que trata de explicar cómo funciona nuestro cerebro─ admite la posibilidad de que nuestra voluntad no sea libre, de que nuestras decisiones y elecciones no sean tomadas por la razón consciente, sino por el inconsciente irracional, es decir, por los instintos naturales innatos, pero también y probablemente en mayor medida, por las emociones adquiridas mediante la experiencia vital.
La dualidad animal-humano estará formada entonces, a mi entender, por dos partes: una estructural ─innata─ constituida principalmente por los instintos naturales, el temperamento, la racionalidad y cierta capacidad lógica, y otra parte, coyuntural ─sobrevenida─, formada por el carácter y las emociones que se van adquiriendo durante la experiencia vital, y que encuentran su acomodo en la parte estructural instintiva que le sirve como molde funcional.
Los instintos naturales son automatismos deterministas, inconscientes, innatos y universales, que posibilitan la supervivencia individual y de especie.
La racionalidad es la capacidad intelectual que permite entender, razonar, justificar y argumentar decisiones y acciones, lo cual posibilita la supervivencia de la sociedad.
Las emociones son automatismos deterministas, inconscientes y adquiridos que subjetivan nuestra percepción e interpretación de la realidad, y dirigen en gran medida nuestra voluntad. Son sentimientos, estados de ánimo y sugestiones profundas que tienen una gran influencia sobre nuestras decisiones y acciones.
Las sugestiones profundas las defino como emociones poderosas muy arraigadas, debidas fundamentalmente al adiestramiento mental por repetición regular de conductas, experiencias y pensamientos semejantes que determinan la conducta y una especial percepción de placer en un sujeto. Producen intuiciones relacionadas con nuestras ideas, creencias, valores, juicios morales y extra-morales, y pueden llegar a subyugar los determinismos instintivos: un individuo llega a dar su vida, su supervivencia existencial, por unas creencias o sugestiones profundas. En última instancia, las sugestiones profundas son los resortes de nuestros sentimientos morales.
De modo intuitivo, es importante comentar acerca de la capacidad lógica y de aprendizaje en los animales, en concreto en los primates. Sus comportamientos denotan claramente actitudes intencionales lógicas, basadas, entre otras, en el principio del modus-ponens, es decir, disponen estructuralmente de un marco inferencial básico. Ante una relación causal como es la provocada en los experimentos conductistas en animales, donde se experimenta sobre esa relación causa-efecto, las cobayas han de poseer necesariamente una capacidad lógica mínima, que posibilite la repetición regular de su comportamiento, como así ocurre. Parece intuirse una correlación entre el estadio evolutivo y la capacidad lógica: a mayor grado de racionalidad de la especie animal, mayor intencionalidad causal modus-ponens.
Debido a la adaptación evolutiva, el cerebro trata constantemente de automatizar nuestras reacciones ante el medio, puesto que así es más eficaz, más ventajoso y mucho más rápido que en el modo consciente racional reflexivo e interpretativo. Con esta base o molde biológico, no parece desacertado intuir, que se extiende también esta facultad de automatización no sólo a las decisiones determinadas instintivamente para la supervivencia o la recompensa del placer, sino que también a todas las decisiones y elecciones en general. Estas sugestiones profundas inconscientes, pueden tener el poder efectivo en la toma de elecciones y decisiones, y aunque tengamos la sensación de que “nosotros” ─nuestra consciencia, nuestra razón─ es la que decide, ésta sin embargo puede limitarse simplemente a justificar, argumentar y reforzar las elecciones que ya han sido tomadas previamente por el inconsciente, centésimas de segundo, incluso hasta entre siete y diez segundos antes, según los últimos descubrimientos neurocientíficos. Quizás el determinismo neurofisiológico o neurodeterminismo haga que la libre voluntad sea tan sólo una ilusión: una experiencia subjetiva de neurolibertad y de moralidad (no estoy refiriéndome al determinismo universal que se rige por las leyes implacables y deterministas del universo, donde lo que ocurre «no puede ser de otra manera» y por lo tanto no tiene ningún componente moral).
El grado de racionalidad humana alcanzada en el progreso del continuo evolutivo hasta el momento actual, colabora con el inconsciente, pero también compite con los determinismos naturales heredados de las especies de animales predecesoras, que durante millones de años, han afrontado la supervivencia con esos resortes deterministas neurofisiológicos, por lo que es plausible admitir, evolutivamente hablando, que tales automatismos, mantengan una poderosa influencia sobre nuestro grado de raciocinio. De hecho sólo el córtex que recubre el cerebro y que mide alrededor de dos milímetros de espesor en la especie humana, es la parte encargada de gestionar el modo consciente. Quizás en el actual estadio de la evolución racional humana, la libre voluntad sea tan sólo una ficción; que nuestra razón tenga poca influencia en lo que somos y lo que hacemos; que las emociones, esas sugestiones profundas, sean procesos mentales que generen unos resultados determinados de antemano por el inconsciente, al modo del output de un ordenador o cerebro electrónico, el cual produce información prevista según un programa o algoritmo ejecutado en su procesador.
En una línea de pensamiento funcionalista, cabría una analogía, o filosóficamente hablando, un «como si», entre los algoritmos que pueden ser incorporados en la circuitería de un ordenador para su proceso, y las vivencias que se incorporan en la memoria del inconsciente o circuitería prehistórica, con el fin de ser utilizadas como un resorte o “piloto automático” cuando se dé la causalidad apropiada. El consciente o racionalidad, podríamos denominarlo circuitería cortical, circuitería lenta, pero relativamente novedosa en la historia de la naturaleza, que se hace más poderosa con el ejercicio intelectual individual y con la experiencia, por lo que quizás en el futuro y por evolución natural ─quizás artificial─, pueda llegar a equipararse en potencia y velocidad de proceso a la rapidísima, ancestral y probada circuitería prehistórica, (firmware), con lo que el determinismo neurofisiológico perdería fuelle y podríamos aspirar a ser realmente libres, es decir, con un verdadero libre-albedrio. Es esto por lo que la neurociencia debe seguir avanzando, y junto a ella la filosofía, cuidando ésta, de que el término medio aristotélico sea siempre una virtud a defender para no precipitarse ni en el defecto emocional, ni en un grado de racionalidad excesivo, al modo del personaje de ficción Comandante Spock ─idea de inteligencia artificial desprovista de emociones─. La atenuación excesiva de los resortes instintivos y emocionales junto a la potenciación excesiva del grado de raciocinio, desvirtuaría nuestra naturaleza humana, y podría convertirnos en pseudoanimales o pseudocomputadoras sin motivación para desear vivir.
El problema de la neurolibertad humana reside en que la circuitería cortical tiene poco peso en el conjunto del cerebro comparado con el de la circuitería prehistórica, es decir, la razón compite en desventaja evolutiva sobre los determinismos instintivos y emocionales. Por poner un ejemplo, las adiciones que son hábitos de quién ya está dominado por algo ─una droga o una ficción por la que interpreta la realidad─ de una manera desmedida e irrefrenable, se definen como adicciones racionales, sin embargo, son irracionales, porque han llegado desde la racionalidad a convertirse en automatismos emocionales, sugestiones profundas. Afortunadamente la racionalidad, aunque a duras penas, puede llegar a revertir la dominación de las adicciones.
Abundando en la analogía funcionalista, así como el cambio o incorporación de un algoritmo informático ─”seguir la regla”─ son realizables de manera rápida en un ordenador ─en la circuitería prehistórica del cerebro─, tales cambios o nuevas incorporaciones de emociones ─sugestiones profundas─, no se realizan de esa forma tan inmediata ─no somos computadoras─. El inconsciente cerebral requiere de un mayor tiempo de readaptación, que puede estar en función de la profundidad o grado de potencia de tales emociones. Un tiempo no conocido todavía, pero necesario para poder acomodarlas, readaptarlas, atenuarlas, potenciarlas o combinarlas creando nuevas emociones, a las cuales podríamos denominar: algoritmos mentales. Incluso en el ínterin de tales readaptaciones, que puede ser cuestión de unas pocas noches de sueño, de días, semanas, meses o incluso años, dependiendo de la potencia o grado de la emoción, la libre voluntad podría seguir siendo tan solo una ilusión, como en el caso de una emoción que manifieste un deseo irrefrenable. Siguiendo la analogía, cada emoción es un algoritmo mental que se mantiene en stand-by, activándose cuando se den las causas de activación esperadas, corriendo velozmente y con una complejidad extrema en la circuitería prehistórica cerebral, de forma similar a un entorno informático de multiproceso en paralelo, o de una red neuronal artificial. Quizás la inteligencia sea una propiedad emergente de la complejidad del multiprocesamiento neuronal, al igual que la vida es muy probablemente una propiedad emergente de la complejidad biológica.
Los especialistas en neuropolítica ─disciplina reciente basada en la neurociencia─ conocen bastante bien como inculcar, almacenar y dormir esos algoritmos mentales, así como despertarlos o activarlos cuando lo consideren oportuno por medio de estímulos externos muy bien estudiados, a fin de influir en nuestra percepción subjetiva de los hechos y sacar las ventajas políticas deseadas. Por repetición sistemática de discursos inconsistentes, pueden incluso llegar a atenuar o eliminar la extrañeza que nos producen las contradicciones lógicas, como por ejemplo el principio de no contradicción, que dice que, un enunciado y su negación no pueden ser ambas verdaderas al mismo tiempo y en el mismo sentido. Así mismo, conocen bastante bien, también, cuales son las justificaciones más plausibles para cada contexto de decisión en función de sus intereses políticos, de modo que a la manera sofística ─disponer de un catálogo de respuestas y consignas preparadas para evitar contestar argumentativamente a las preguntas concretas─, las inventan y las anticipan a las circuiterías corticales a través de los medios de difusión para reforzar emocionalidades creadas con anterioridad. Con esta estrategia de anticipación –que reduce la sorpresa, la extrañeza, y con ello la posibilidad de la duda–, los especialistas en neuropolítica, y para mayor “comodidad” de los individuos, tratan de evitar a toda costa la posibilidad de un eventual proceso racional crítico, que circunstancialmente pudiera alterar las decisiones tomadas previamente por la circuitería prehistórica de los votantes. La tesis filosófica determinista de la neuropolítica es la misma utilizada en el neuromarketing.
Parece evidente que la realidad no es objetiva; la realidad es, a mi juicio, la percepción que cada individuo siente o desea sentir de los hechos reales, una realidad subjetiva subsumida en las sugestiones profundas, es decir, en los poderosos algoritmos mentales que se apoderan y subyugan la razón. Nuestra percepción de la realidad, como afirmaría Russell Hanson, “está cargada de teoría”, es decir, mediatizada por las redes conceptuales que nos proporcionan nuestra cultura, creencias, teorías científicas que conocemos, y el sistema lingüístico que utilizamos. Esa “teoría“ automatizada, emocionalizada en el inconsciente por repetición sistemática de conductas, experiencias y pensamientos semejantes, conformaría los poderosos algoritmos mentales que se generan y acomodan en el molde funcional de la estructura instintiva. Es éste uno de los motivos por el que la novedosa y débil neurolibertad racional amparada en la reflexión y la deliberación, compite en desventaja con la potente capacidad de automatismo neurofisiológico que nos otorga la supervivencia individual y de especie. Parece razonable pensar, que si juzgáramos los hechos en sí mismos sólo a través de la racionalidad, es decir, de razones, argumentos y lógica, el veredicto generalizado sería consistente y muy semejante, sin embargo esto no suele ocurrir, sino que frecuentemente nos encontramos entre diferentes sujetos, con percepciones totalmente contradictorias al observar unos mismos hechos.
La neurociencia está mostrando que el paradigma logocéntrico, aquel en el que la razón es el centro de nuestras voluntades, es posible que esté equivocado, ya que las decisiones mentales, parece ser que no orbitan alrededor de las interpretaciones racionales o procesos cognitivos, sino que lo hacen alrededor de esos resortes automáticos emocionales del cerebro, fundamentados en algo que todavía no conocemos lo suficiente, pero que empezamos a descubrir con las nuevas tecnologías científicas como las neuroimágenes, la resonancia magnética y los experimentos científicos más recientes. Estas técnicas permiten conocer con muchísima mayor probabilidad, cual es la decisión o reacción real de un individuo ante una pregunta formulada en una encuesta tradicional, ya que éstas se detectan a nivel primario en el inconsciente. Las respuestas lingüísticas pueden estar condicionadas por factores emocionales paralelos o factores intelectuales, entre ellos, la incapacidad de saber expresarse, de describir lo que uno realmente siente, o lo que uno no puede mostrar, sea por motivos ocultos, egoístas, o por prejuicios inconfesables. Un ejemplo claro de esto es que el ochenta por ciento de los estudios de marketing tradicionales arroja predicciones fallidas en las ventas, siendo éste el motivo por el interés que ha despertado el neuromarketing en las grandes empresas. La miniturización de los equipos de neuroimágenes y de resonancia magnética, que permitirán la portabilidad al contexto de toma de decisiones del comprador, mejorará en altísimo grado la monitorización del cerebro, y con ello un incremento notable en la probabilidad de saber lo que el individuo realmente siente o desea. Probablemente los estudios demoscópicos tradicionales tienen los años contados. La neuropolítica sigue la misma estela tecnológica para asegurarse de las reacciones y decisiones deseadas en los individuos para crear, reforzar y despertar las creencias y valores emocionalizados ─automatizados─ en el inconsciente.
“E pur si muove” decía Galileo. Esto se mueve, anuncia la neurociencia. Debemos movernos, repensar la filosofía y no anclarnos en teorías basadas en el logocentrismo, a pesar de que creamos firmemente que estas corrientes de pensamiento explican correctamente fenómenos particulares y generales del ser humano, así como su utilidad práctica mostrada a lo largo de los últimos milenios. Al igual que el modelo incorrecto de Ptolomeo acomodaba bien unos resultados aparentemente correctos, quizás el modelo logocéntrico esté también acomodando supuestamente bien, los fenómenos humanos.
Con un nuevo imaginario al que denomino paradigma emocéntrico, en el que las emociones ─sugestiones profundas─ son el centro donde orbitan nuestras decisiones y elecciones, las teorías filosóficas prácticas del comportamiento humano deberían ser revisadas, ya que su fundamento racional de la naturaleza humana, y que tanto ha influido en el imaginario filosófico y teológico de la moral, la política y la religión, no parecen ser un fundamento totalmente cierto, como tampoco lo era el fundamento geocéntrico ptolemaico. Quizás la neurociencia nos descubra que esa naturaleza humana no es tan perversa, ni tan egoísta, ni tan débil, ni tan competitiva, como algunos nos han hecho creer, y por lo tanto, las convenciones y principios psicológicos, teológicos y filosóficos de la moral en la que se basan la mayoría de las religiones teístas y las teorías económicas, sean desacertadas.
El paradigma emocéntrico, al igual que el heliocentrismo de Aristarco y Copérnico, puede ser el punto de partida donde todo comience de nuevo a cambiar y progresar otra vez rápidamente. El imaginario de que la razón es el centro de nuestras voluntades, se está disipando poco a poco, y con ello el referente especulativo filosófico tradicional, basado en una versión errónea de los hechos: el de nuestra concepción actual de la naturaleza humana.
Estamos influidos en un alto grado por el determinismo emocéntrico. La mejor tecnología disponible no es suficiente todavía para evaluar dicha gradación, a pesar de que ya permite alterar las capacidades cerebrales. Potenciar artificialmente la racionalidad quizás a costa de una atenuación instintiva y emocional, puede ser una causa de la desaparición, a largo plazo, de la especie humana tal como la conocemos hoy en día, ya que absolutamente en todo y para todo, necesitaríamos dar razón, justificación racional. El altruismo, el amor pasional, la sexualidad, o la recompensa del placer, incluido el de la experiencia intelectual, no tienen ninguna justificación racional; los practicamos pero no sabemos por qué lo hacemos, sino que tan sólo deseamos hacerlo sin más, por muy verosímiles, variadas y sugerentes justificaciones que la razón invente.
Debemos continuar trabajando filosóficamente junto a las neurociencias, con el fin de aportar novedosas intuiciones que darán lugar a nuevas teorías filosóficas que traten de equilibrar en la virtud del término medio, el determinismo emocéntrico que nos mueve y nos motiva individualmente, con el libertarismo racional que nos hace avanzar (a veces retroceder) socialmente. Es el ámbito del determinismo neurofisiológico compatibilista, o mejor, un nuevo término quizás más intuitivo: neurocompatibilismo, ─aquél donde el neurodeterminismo dispone de un ventanuco de consciencia que con la calmada reflexión y deliberación se entreabre a la luz de la libre voluntad─ donde la filosofía tiene un interesante camino a recorrer, ya que las implicaciones morales que estas reflexiones y deliberaciones aporten, tendrán una gran influencia sobre la ética, la política, la ciencia, y en general y en definitiva, sobre la felicidad humana.
Por el momento sabemos que todavía sabemos poco acerca de la nueva filosofía, o quizás neurofilosofía, aquella rama filosófica del saber que se inspira en el conocimiento aportado por la neurociencia.
Sólo la búsqueda de la verdad nos hará libres, y emocionantes.
Arturo Gradolí
Agost de 2012
versión 2.6