Neurofilosofía

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Sobre la «neoaristocracia»

10/2013

nobleza

«¿Por qué un obrero puede llegar a tener un coche similar al que yo poseo?»

«¿Por qué puede tener la misma calidad de asistencia sanitaria o educativa que yo tengo, cuando yo soy rico y él no?»

«¿Por qué deben tener los mismos derechos ante la justicia un rico que un indigente?»

Preguntas que algunos opulentos continúan formulándose hasta el presente. Al igual que antaño los aristócratas de status social —que no de conciencia caballerosa y generosa que afortunadamente siempre los ha habido y haylos—, se preguntaban por qué un campesino debería tener derecho a poder convivir y medrar en la Corte, o a tener propiedades, incluso derecho a vivir, siendo que según sus valores pertenecía a una clase de rango inferior. 

Ese sentimiento de poder, en el cual no voy a entrar a valorar si es legítimo o no, creo que está instalado en la mente, o mejor, automatizado en el neuroinconsciente de no pocas personas que se caracterizan por la intolerancia y por una convicción de superioridad sobre otros muchos menos afortunados. Sin embargo, esa idea de superioridad es sobrevenida, adquirida, es decir, no por ser más inteligente intelectual o emocionalmente de serie, sino tan sólo por tener la fortuna de haber llegado a ser muy acaudalado, y probablemente muy poderoso en un momento y lugar determinado de su vida.

El problema se agrava, a mi entender, en que esta creencia va goteando y poco a poco calando entre la clase media como una idea aceptable, plausible, incluso necesaria de adoptar sobre la clase inmediatamente inferior, la clase pobre. La guinda descorazonadora la ponen algunos ocupantes perennes de esa clase miserable en expansión: «Soy pobre porque me lo merezco, porque no valgo, porque no he sabido ser rico», asiente un parado resignado de largo recorrido ya infectado por el virus del desánimo de una hábil, pero en este caso, torpe neuropolítica de pacotilla (aunque efectiva a corto plazo para los interés de la neoaristocracia). 

Quizás esos poderosos neoaristócratas que creen que lo son porque simplemente lo son, sin más, pueden llegar a pensar que los otros, aquellos que no son de su alta clase, sus inferiores, son unos perdedores, unos parias desahuciados de la vida que se lo merecen, y además, razonan, que es lógico y justo que así sea porque siempre ha sido así —y desafortunadamente sigue siendo explícito en países como La India—. Todo tiene siempre justificación, sea verosímil o inverosímil, dependiendo de quién argumenta lo que dice. 

Antaño se relacionaba la aristocracia con el sentimiento de poder y el dominio coactivo fuerte sobre los demás. Hoy día, con la neoaristocracia, también, aunque de manera más sibilina, ya que no ha variado sustancialmente en el fondo, pero si en la forma. Consiste esta diferencia en que antaño el poder aristocrático se mostraba y detentaba mediante una dictadura absolutista, y ahora se intenta —adaptándose al medio, entre otras, mediante una democracia absolutista, o mejor, una neodemocracia. Recordemos que el término democracia tiene muchas acepciones en función de la coletilla que queramos enchufarle, de manera que se convierte en un término con significados contradictorios y absurdos, al uso con la moda eufemística política: democracia orgánica (franquismo), democracia popular (antigua URSS), democracia liberal (occidente) … 

Particularmente me decanto sin ningún lugar a dudas por la última mentada, porque aunque imperfecta, da mucho juego todavía. También me decanto porque los poderosos y su corte agradecida puedan poseer yates y riquezas materiales a destajo, pero siempre y cuando la pobreza sea desterrada y superada por una vida en general digna, donde especialmente la educación y la atención sanitaria sean exactamente de la misma calidad para todos, y cuando digo para todos, incluyo a los novedosos neoaristócratas. 

Otra noche, más.

Bona nit.

19/10/2013

¡Un momento neuronas!, al hilo de la nobleza,

…  y también, una vez puestos, —seré breve, sueño— me decanto por la aristocracia personal con la coletilla de voluntad libre enchufada a noble, es decir aquella, en la que el hombre y la mujer tienen voluntad de poder; ojo, no voluntad del poder, sino voluntad de poder; de poder ser señor o señora de autoconciencia noble, y que al vuelo y parafraseando a Nietzsche lo interpreto en nuestro contexto temporal como «noble de voluntad libre»: aquel (y aquella) que se siente orgulloso de sí mismo, que se siente espontáneo, instintivo, activo, de espíritu creador, desacostumbrado y autónomo con su propio sistema de valores personales. También ese noble de voluntad libre que domina la fuerza de la capacidad del olvido y la gestiona a su voluntad, no busca el agradecimiento, no es rencoroso ni vengativo, y que no confunde a los refinados con los ricos.

Ahora sí.

Bona nit again.

(recomiendo leer con detenimiento la reflexión sobre la neodemocracia)

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