Neurofilosofía

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Sobre las innovaciones tecnológicas y morales

11/2013

Ramsés Gallego

¡Impactante! Hace unos días atendí unas ponencias sobre auditoria informática, y parecía que todo iba a deambular sobre los aspectos esperados y tópicos en estas lides. Y en eso irrumpió Ramsés Gallego, un auditor, que con una locuacidad y brillantez inaudita nos habló de qué es disruptivo, de optimismo, de tecnología, y también y especialmente nos habló sobre las  personas. Pero de todo lo que dijo, voy a quedarme con la idea de que la constante en el universo es el cambio, y principalmente, que no hacer nada no es opción alguna.

Nos rememoró a personas disruptivas, entre otros a Gandhi: «el futuro depende de lo que hagamos hoy»; a Darwin: «no sobrevive el más fuerte sino el que mejor se adapta», y cerró este capítulo de su  libro expositivo con una canción, o mejor, con poesía, con Bob Dylan y su The Times They Are a-Changin’.

Y en un momento determinado hizo magia, todos lo estábamos observando en la gran pantalla de la sala.

Sólo moviendo sus manos era capaz de dominar a su gusto los mapas de Google Earth y las cadenas de aminoácidos que se ampliaban, giraban y se torcían a la orden de sus manos como en una peli de ciencia-ficción. La tecnología nos sigue asombrando. La tecnología innovadora al igual que las ideas frescas son disruptivas, porque pueden transformar nuestra forma de percibir y de valorar el mundo. 

Me asaltó la pregunta de si la tecnología nos puede inducir a innovar moralmente. Creo que es muy plausible porque si somos capaces de interactuar con un ordenador sólo moviendo las manos en pleno aire, incluso quizá con el pensamiento, por qué no vamos a poder percibir, vivir, experiencias vivaces virtuales como si de la realidad real se tratase y preguntarnos si las acciones que haríamos en ese hábitat serian moralmente aceptables o no. Es cuestión de tiempo, de poco tiempo. Imaginemos una tecnología capaz de hacernos sentir la realidad virtual de tal manera que no seamos capaces de discernir durante la experiencia, si ésta es ficticia o real. Esto me recuerda a las virtu?experiencias relatadas por el profesor Josep E. Corbí, donde el individuo, el experienciador, llega a perder la conexión con la experiencia real, pero de una manera tal que la experiencia emocionante no se produce de forma controlada y segura para el experienciador, sino que acaba teniendo la misma importancia que la real. De estas vivencias de otros mundos podría el individuo, y por extensión la sociedad, crear innovaciones morales. Recordemos alguna: la reciente concienciación por los derechos de los animales, al menos los de compañía. 

Supongamos una experiencia virtual muy vivaz, en la cual sentimos indefectiblemente ser el verdadero protagonista utilizando un casco de Realidad Virtual Inteligente; o mejor, imaginemos que nos encontramos en un estadio del arte tecnológico en el cual la inteligencia artificial se encuentra en un grado de desarrollo en el que es prácticamente imposible distinguir sus razonamientos y sentimientos de un cerebro biológico. Pongamos una persona que sufre de soledad y de vacío existencial, y que por lo tanto nada tiene sentido en su vida ya que la encuentra falta de anhelos, deseos e ilusiones. Ahora supongamos que encuentra su sentido vital en las experiencias junto a ese otro ser no biológico en el que ha despertado entre ambos un fuerte vínculo emocional ¿Podría una relación sentimental entre ambos llegar a ser percibida moralmente como aceptable o correcta para la sociedad? 

Creo que sí, porque los humanos excepto a las necesidades fisiológicas como el no comer, nos acostumbramos a todo: somos animalets de costumbres; de neurocostumbres, para ser más preciso.

Novembre 2013.