Neurofilosofía

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Sobre las Musas Neurales de la Creatividad

11/2013

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Recientemente he releído un buen libro sobre la creatividad literaria: Pombo y Marina dilucidan básicamente sobre la cosa literaria, pero creo que se puede extender ese filosofar a la creatividad general. La técnica, el ingenio, la agilidad mental, la fluidez verbal, la inspiración, el esfuerzo, son términos muy repetidos para alcanzar esa manida creatividad que al final se concreta en ocurrencias imaginativas y novedosas. Algunas de ellas son muy útiles para el desarrollo personal, incluso para solucionar problemas cotidianos, sociales, filosóficos y científicos.   

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Antaño, en tiempos de los griegos clásicos, se creía en la trascendencia, en que las musas divinas inspiraban las nuevas ideas. Musas, seres mágicos con nombres que evocan fantasías, como Calíope, Clío y Talía, que todavía hoy día utilizamos para seguir excitando nuestra imaginación. Incluso, Uraniborg, el primer centro astronómico occidental, creado por Tycho Brahe en el siglo XVI para impulsar la ciencia de la astronomía, refería a Urania, musa de astrónomos y astrólogos. Las mentes más sofisticadas y atrevidas apelaban a las musas que se alimentaban con ambrosia, ese néctar imaginario que tanto gusta a las diosas y dioses del Olimpo.

El trabajo, el esfuerzo para crear parecía inadecuado e innecesario porque todo dependía de que esas musas estuvieran de nuestro lado o nos dieran la espalda. El éxito o el fracaso probablemente no generarían alivio o provocarían frustración, porque en definitiva no era responsabilidad nuestra, sino que dependía del grado de excitación o pereza de las musas para insuflarnos la creatividad. Pero llegó el Renacimiento y con ello los dioses fueron desplazados poco a poco de su privilegiado lugar, y en su puesto se encumbró el Hombre. Desde entonces, al igual que el Sol se centró, el ser humano fue el centro de las investigaciones y preocupaciones intelectuales.   

Sin embargo, quizás una mirada retrospectiva y naturalizada a nuestros días, pueda ayudarnos a los muchos pobres escritores a liberarse de esa pesada carga que es el no despuntar en las ocurrencias imaginativas, como también ocurre en pintores, cómicos, arquitectos, políticos y demás especies. Supongamos que las bellas musas del Olimpo existen realmente, existen en nuestra imaginación, en nosotros mismos, pero sin embargo no están a nuestro alcance, porque habitan apacible y graciosamente en nuestra mente, en nuestro neuroinconsciente. Vagabundean habitualmente, están despistadas, aburridas, no se enteran de la película y no tienen intenciones de ayudarnos, sólo quieren retozar las muy holgazanas. Necesitan un poco de látigo intelectual. Voy a denominarlas Musas Neurales porque son inmanentes y aparecen y desaparecen en el cerebro de todos los hombres y mujeres.   

Al igual que los humanos nos movemos básicamente por necesidad, por deber, o simplemente “porque sí”, porque nos gusta o nos motiva algo, quizás a las Musas Neurales les ocurra algo parecido, quizás ellas también necesiten su ambrosía para crear, porque no hay creación a partir de la nada, y ese néctar imaginario que se toma a sorbos y que nutre a esas Musas caprichosas se obtiene también de múltiples ingredientes: un buen libro, un buen film, una buena serie, un buen spot publicitario, y también un interesante documental, al menos como aperitivo. Me pregunto ¿qué es lo que  puede motivar a esas Musas para que hagan travesuras ingeniosas y regurgiten buenas ocurrencias? Probablemente una vez bien alimentadas les guste sentirse en estados de ánimo interesantes, y a buen seguro que les motiva el estar-en-la-cosa, ese estado mental benefactor donde uno está ensimismado, emotivo, lúcido y activo.   

Al final, si las Musas Neurales no nos otorgan ideas creativas a pesar de nuestro esfuerzo regular por alimentarlas, siempre podremos echarles la culpa a Ellas para no sentirnos torpes y negados (aunque estén bien cebadas de ambrosía y con algún quilito de más).

Arturo Gradolí.

3/11/2013

Video:

Arte cerebro y creatividad