Neurofilosofía

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Sobre el «homo neuroeconomicus»

11/2013

neurociencia

Hubo un tiempo, desde Adam Smith en el siglo XVIII, en que el «homo economicus» dominaba la Tierra. Las teorías científicas más aceptadas creían que esta especie se comportaba y tomaba sus decisiones libremente —en el sentido de libre albedrío—, en función de su propio interés porque se le consideraba perfectamente racional: tales especímenes conocían sus objetivos y era capaces de elegir consciente y libremente entre diferentes alternativas. 

El «homo economicus» tomaba las decisiones en términos de coste de oportunidad, era maximizador de sus opciones de ganancia económica y egoísta en sus decisiones porque todo esto se producía por los razonamientos conscientes del sujeto, es decir, por racionalidad, esa capacidad intelectual que permite entender, razonar, justificar y argumentar decisiones y acciones. 

Sin embargo, nuevas teorías aparecieron, como la del neurodeterminismo, y nuevas interpretaciones sobre el comportamiento y naturaleza del género homo cambiaron la manera de ver el mundo. Las grandes corporaciones gastaban miles de millones de euros en fastuosos estudios de marketing creyendo en la perfecta racionalidad humana. Pero se dieron cuenta de que cerca del ochenta por ciento de sus estudios sobre el mercado arrojaban predicciones fallidas en las ventas. Entonces, los estudios demoscópicos tradicionales poco a poco perdieron fuelle, y el neuromarketing empezó a interesar a las grandes compañías, y por ende a los grandes partidos políticos con la neuropolítica, ya que al final buscaban los mismo: clientes.

En los albores del siglo XXI, algunos «homo economicus» cayeron en la cuenta de que las sugestiones profundas, esas emociones adquiridas y debidas fundamentalmente al adiestramiento mental por repetición regular de conductas, experiencias y pensamientos semejantes, podían llegar a subyugar incluso los determinismos instintivos de supervivencia individual y de especie: un ejemplar llegaba a dar su vida por unas creencias políticas, económicas, raciales, religiosas,  o de cualquier índole, cosa que no encajaba con la supuesta racionalidad que se le atribuía al «homo economicus». 

La realidad, que a mi juicio, es la percepción que cada individuo siente o desea sentir de los hechos reales, sea una realidad subjetiva subsumida en las sugestiones profundas, es decir, en las costumbres, creencias, deseos, gustos y valores emocionalizados, automatizados en el inconsciente, que se apoderan, dominan la razón, y son la fuente de la actitud o estrategia intencional del individuo. Parece razonable pensar, que si juzgáramos los hechos en sí mismos, sólo a través de la racionalidad, es decir, de razones, argumentos y lógica, el veredicto generalizado sería consistente y semejante, sin embargo, esto no suele ocurrir, sino que frecuentemente nos encontramos con interpretaciones o versiones de estos hechos totalmente contradictorias e incompatibles. Ante una jugada decisiva en el área de penalti en un partido de futbol, los seguidores más incondicionales, más pasionales, tanto de un equipo como del rival, no llegarán a ninguna entente aunque vean la misma jugada repetida multitud de veces. Cada facción verá y dejará de ver lo que su inconsciente determine. 

Por extensión, una decisión económica no sería tomada inicialmente en base a la reflexión racional, sino a la intuición inconsciente; por ejemplo, la elección de adquirir hoy en día un coche híbrido, considerándolo más caro a corto, medio y largo plazo que uno convencional, estaría motivada tanto por el deseo de adquirir un coche nuevo de bajo consumo, como por la sugestión profunda o concienciación del sujeto en materia de creencias ecológicas. La satisfacción de la sugestión profunda, sería lo que nos proporcionaría inconscientemente el placer. La decisión de adquirir el coche híbrido, estaría tomada inicialmente por el inconsciente, y a posteriori, la razón trataría de argumentarla y justificarla. 

Algunos «homo economicus» que sabían acerca de las sugestiones profundas descubrieron a los nuevos especímenes, a los cuales denomino: «homo neuroeconomicus». En sus investigaciones neurocientíficas y neurofilosóficas, vieron que la conciencia va siempre un poco retrasada a lo que la causa, es decir, a los determinismos neuronales. El «homo neuroeconomicus» se caracterizaba entonces, porque sus elecciones y decisiones eran tomadas de antemano por su inconsciente, por sus sugestiones profundas, por lo que concluyeron que la libertad ─entendida como voluntad individual racional consciente: «neurolibertad»─ era una boutade, algo fácil de manipular … ¡Y la manipularon! 

Durante mucho tiempo el «homo economicus» y el «neuroeconomicus» convivieron juntos en la Tierra. Los primeros, eran minoría, pero ostentaban el poder y decidían la vida mundana de los segundos, porque los poderosos tienen el poder de producir, de crear, y de imponer su verdad, y para ello disponían de los medios políticos, financieros, informativos y desinformativos para educar el inconsciente de los otros, de los «homo neuroeconomicus», haciéndoles adquirir los automatismos que más les interesaban mediante la repetición regular y pertinaz de sus ideas y convicciones. Quizás como decía Foucault, «la razón ha sido instaurada para dominar a los hombres». 

Durante algún tiempo el «homo neuroeconomicus» estuvo a merced de su dominador, hasta que aprendió a liberarse de sus propias ataduras neurodeterministas, o mejor, a cómo gestionar y dominar a su antojo, a su interés, a su consciencia, esos resortes deterministas emocionales. Entonces se liberó del dominio del «homo economicus», sacó sus instintos y emociones a pasear y ─como diría Serrat─ a ventilarlos al sol, y el «homo economicus» se extinguió como los dinosaurios. 

(como ampliación sobre el neurodeterminismo y neuroinconsciente recomiendo leer mi “neurofilosofía.com” en la pestaña Neurofilosofía)

Bona nit, i bona sort.

@ArturoGradoli

24/11/2013