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Analysis of the Philosophy of Bullfighting from Francis Wolff

11/2012

(5º viaje de Àlex mediante Realidad Virtual Inteligente RVI)

Sinopsis

El siguiente relato tiene el objetivo de divulgar, desde un marco sencillo y organizado, los conceptos fundamentales de Francis Wolff referidos a su libro Filosofía de las corridas de toros, escrito en 2007. El formato de este resumen lo denomino parábola retro-futurista verosímil, y está diseñada para divulgar los conceptos que considero más relevantes de la obra de Wolff. Voy a plantear este estudio, desde la perspectiva del breve momento que transcurre entre el ataque del toro y el aplauso de los espectadores.

Martin Heidegger, Manuel Enrique Vázquez y José Antonio Marina, bien me ayudarán como mozos de espadas. La bravura del toro, pero sobre todo el valor del torero dominando el miedo frente al bravío, serán los pilares de esta lidia de conceptos filosóficos.

A fin de hacer más intuitivo este resumen, he instrumentado un sistema de Realidad Virtual Inteligente en el que se dialoga con los filósofos virtuales, y donde se intenta aplicar el mensaje de sus obras al momento histórico actual y futuro. También he tratado escrupulosamente de no intervenir en los textos y comentarios originales con el objeto de salvaguardar la originalidad y esencia de las obras, por lo que toda aportación personal, se realiza a través de otro personaje: Àlex, una persona perteneciente a las nuevas especies humanas nacida y criada en Abdera, un lejano planeta colonizado y poblado por los humanos hace siglos, visita de nuevo su Madre Tierra.

Relato

«Es razonable pensar que los instintos o disposiciones naturales de las personas influyen sobre su comportamiento práctico, y en que la razón influye en la dominación de esas disposiciones, así como en que el hombre probablemente algún día podrá influir y dominar técnicamente ese fondo natural humano, al igual que lo hace sobre la naturaleza».

─¡Hola Alex! bienvenida de nuevo a tu Madre Tierra ¿Qué tal ha ido el viaje?

─Excelente Sam, buen ágape el servido abordo y bien regado con un excelente vino cosechado en este maravilloso planeta azul. Gracias, y saludos de los pobladores de mi planeta Abdera. He aprovechado el vuelo para leer sobre algo que me ha causado un profundo interés: las emociones del miedo y del valor.

Verás Sam, algunos instintos naturales de las últimas generaciones de humanos que pueblan Abdera, han sido atenuados mediante tecnología genética. El objeto de tal mutación artificial era el de procurarnos a todos vivir más felizmente en sociedad, pero esos habitantes genéticamente modificados para no sufrir sentimientos desagradables, parecen comportarse habitualmente de forma temeraria y me recuerdan a los robots, entes sin creatividad. Quizás la supresión del instinto del miedo, y consecuentemente las emociones de la valentía y del triunfo, estén produciendo multitud de suicidios todavía inexplicables para la ciencia, y en concreto para la psicología. Como te decía, con la tecnología hemos creado una nueva especie racional humana, pero quizás, excesiva o desproporcionadamente racional. La historia de esta nueva especie es todavía efímera y frágil. Yo me considero una mujer privilegiada ya que mi linaje mantiene todas las disposiciones constitutivas humanas. Mi curiosidad por conocer más acerca del fenómeno del miedo frente a algo, me mueve a desear deleitarme con una nueva experiencia de Realidad Virtual Inteligente RVI, como en viajes anteriores.

─¡Buena idea Alex! Mientras nos desplazamos hasta esa isla paradisíaca en el otro confín de la Tierra, donde el subsuelo alberga un fabuloso superordenador cuántico capaz de procesar 1068 instrucciones por segundo que tú deseas analizar, podrías sumergirte en el pensamiento de Francis Wolff. Disfrutarás de un magnífico ensayo filosófico sobre las corridas de toros, escrito en el siglo XXI de la era anterior. Presiento que quizás sea en la filosofía y no en la ciencia, donde encuentres la solución al problema social de Abdera.

─¡Magnífico, dame el casco RVI! ─reclama Alex.

─Toma, aquí lo tienes; ajústatelo bien ─precisa Sam─. Ahora vas a trasladarte virtualmente junto a Francis Wolff. Estás en París, en un bello café, charlando amistosamente con él, y con Manuel Enrique Vázquez. Recuerda que si quieres ponerte en contacto conmigo, sólo tienes que decir la palabra «Simulador».

Ready RVI…

─¡Hola, encantada de conoceros.

─Hola Alex ─contestan al unísono los filósofos virtuales.

─Francis, ¿puedo preguntarte que son las corridas de toros?

─Para hablar pertinentemente de algo, sea lo que fuere, habría que poder definirlo ─dice Francis Wolf─. Al menos eso es lo que se repite desde los Diálogos de Platón: el primer deber de quien quiere hacer de filósofo es el determinar aquello de lo que se habla; hay que decir «lo que es» antes de intentar decir «cómo es».

Doctos, un amigo imaginario, me decía que, la palabra primordial de una corrida de toros es el dominio del torero sobre el toro. El hombre debe obligar a la naturaleza del toro a actuar contra sí misma, poner orden y mesura en una embestida, que de entrada no es otra cosa que un medio de defensa caótica. Observa a los toreros del pasado, un Viti, por ejemplo, maestro en el arte de forzar al adversario  a combatir; observa como un Paquirri era capaz de defender su terreno como un general de Imperio; cómo sabia un Rincón revelar el valor de su antagonista expresando todo su poder; cómo un Ponce, podía «inventarse un toro» alargando progresivamente su embestida y enseñándole a prestarse al juego de los engaños. Hay que domeñar, encauzar esa embestida, llegar incluso a corregir sus defectos: enseñar al toro rebelde a embestir, prolongar el recorrido del toro corto, moderar el toro demasiado codicioso, corregir el derrote intempestivo del toro bronco, pero también impedir que el toro listo aprenda demasiado deprisa, en una palabra, dominar.

Atlos, otro amigo imaginario, me decía que el torero debe domeñar su miedo, siempre presente. Debe luchar contra su instinto de supervivencia, combatir sus automatismos vitales, que en todo momento le dictan la retirada del cuerpo: en el momento en que cita al toro, debe abrir el brazo y no doblarlo con un gesto reflejo que le resultaría fatal.

─Hablando acerca del miedo, me viene a la memoria un libro: Anatomía del miedo. Un tratado sobre la valentía, escrito recientemente por José Antonio Marina, así como Ser y tiempo, de Martin Heidegger─ alumbra Manuel Vázquez

─«Simulador» exclama Alex

─¿En qué puedo ayudarte, Alex?

─Incorpora a José Antonio Marina al RVI.

─Hecho.

─Hola a todos, soy José Antonio Marina, catedrático excedente de filosofía en el Instituto Madrileño de La Cabrera.

─Hola José Antonio, ─recibe Alex─, estos son, Francis Wolff, de la Universidad de la Sorbona, y Manuel Enrique Vázquez, de la Universitat de València ¿Podrías refrescarnos tu concepto del miedo?

─Por supuesto, y encantado de compartir esta tertulia con tan grata compañía. Verás Alex, un sujeto experimenta miedo cuando la presencia de un peligro le provoca un sentimiento desagradable, aversivo, inquieto, con activación del sistema nervioso autónomo, sensibilidad molesta en el sistema digestivo, respiratorio o cardiovascular, sentimiento de falta de control y puesta en práctica de alguno de los programas de afrontamiento: huida, lucha, inmovilidad o sumisión. La gacela huye, el toro embiste, el escarabajo se hace el muerto y los lobos realizan gestos de sumisión ante el macho dominante. Los humanos mezclamos hábilmente estas respuestas, pero a la intranquilidad desagradable la llamaré ansiedad, la cual lleva aparejada una focalización de la atención, por lo tanto, el miedo es la ansiedad provocada por la anticipación de un peligro que es el desencadenante.

Cuando el miedo se sufre sin un peligro, sin un desencadenante claro, le llamo angustia, y va acompañada de preocupaciones recurrentes (worries), con una anticipación vaga de amenazas globales y con gran dificultad para poner en práctica programas de evitación. Angustia es un miedo sin objeto, ¿Qué teme el angustiado?: nada en particular. Esta característica permitió a Heidegguer hacer un ingenioso juego de palabras metafísicas y neologismos para decir que la angustia nos revela la Nada. En todo caso, lo que nos revela es nuestra vulnerabilidad y finitud, porque la angustia es una permanente ansiedad ante una amenaza imprecisa. La realidad entera se convierte en significante de una amenaza. De la misma manera que para el hombre religioso lo visible es símbolo de lo invisible, para el angustiado lo visible es símbolo de lo terrible, de lo incierto, de lo extraño.

─Al hilo de tu comentario sobre Heidegger, aunque no es un reflejo de su pensamiento, y sin pretender establecer una analogía, ─torea ahora Manuel Vázquez─ si es cierto que hay elementos que pueden ayudar a comprender ese aspecto de las corridas de toros, que no es el único, en la medida en que la fiesta de los toros es impensable sin el miedo. Cuando éste desparece se convierte en una bufonada. El miedo es lo que genera autoridad, rigor y emoción en la fiesta. En ese sentido hay algunos aspectos que permiten ilustrar lo que Heidegger escribió: decía que con el miedo quedamos focalizados. En efecto el objeto amenazando te convierte a ti en el blanco, en la diana. De verdad hay ahí una focalización, es a ti al que va dirigida, en ese momento tu quedas desprendido de todo lo que eres. En ese miedo ya no es relevante tanto si eres arquitecto, fontanero, filósofo, tienes tres coches o cuatro doctorados, quedas reducido a tu condición de algo que tiene que seguir viviendo, porque ese seguir viviendo es la manera en la que asume su condición, es decir, hacerse cargo de sí mismo, de manera que tengo que superar ese temor, esa amenaza porque tengo que seguir viviendo. En ese caso, es muy clara la soledad del torero en un espacio tremendo como es el ruedo, donde al final está focalizado en los dos efectos: amenazar y atemorizar. Es muy claro, queda desprendido de todo. Es una lucha estética entre esos polos constitutivos que es la manera de elaborar la muerte, la belleza, la vida, el miedo. También hay un fenómeno, aquel donde hay espectadores que asisten al espectáculo del miedo en el otro, pero nosotros no podemos liberar al torero de su miedo. Heidegger dice que no podemos quitarle el miedo al otro, es una circunstancia que sólo vive alguien en esa situación. Los peones no le quitan el miedo, alivian las circunstancias, pero el miedo no. No a dame tu miedo para que tu tranquilidad sea absoluta. Mantenemos una relación constitutiva, no podemos delegar el miedo. La verdad de esos sentimientos es una verdad intensa mucho más segura si se me apura, que la verdad de las matemáticas, silogismos, argumentos, es una verdad instantánea. Nadie le tiene que explicar porque esta atemorizado. Esa es una verdad más poderosa, más intensa, más segura que los argumentos del intelecto. El miedo nos permea de los pies a la cabeza, ya no hay otra ocupación que esa, salir de ahí como sea. Todo lo demás no vale entre lo que nos atemoriza y nosotros, y ahí hay una focalización en la amenaza singular, singularizada.

─«Simulador» Incorpora a Martin Heidegger al RVI ─exclama emocionada Alex al observar cierto foco en él, avistado tempranamente por Manuel.

─Hecho.

─Hola a todos, soy Martin Heidegger.

(Se advierte en todos los filósofos que el júbilo tertuliano va in crescendo).

─¿Qué opinas del miedo, Martin? ─le pregunta Alex, emocionada.

El fenómeno del miedo puede ser considerado desde tres puntos de vista: el ante-qué-del-miedo, el tener-miedo, y el por-qué-del-miedo ─responde rápidamente Martin, y prosigue su disertación:

El ante-qué-del-miedo, lo «temible», tiene el carácter de lo amenazante, de lo que está todavía en una cercanía dominable, pero se acerca. Lo temible, lo compareciente acercándose en la cercanía, es perjudicial, es amenazante, y puede alcanzarnos, o quizás no y pasar de largo, lo cual no aminora ni extingue el miedo, sino que lo constituye. Lo amenazante se muestra dentro de un contexto respeccional y es perjudicial para el dasein. La perjudicialidad viene de una zona bien determinada. La propia zona y lo que desde ella viene son experimentados como «inquietantes».

(Me suscita la imagen del toro amenazando al torero ─piensa Alex).

El tener-miedo es el dejar-se-afectar que libera lo amenazante tal como ha sido caracterizado. La circunspección (el mirar en lo circundante), ve lo temible porque está en la disposición afectiva del miedo del dasein (la disposición afectiva, junto con la comprensión y el discurso son los tres existenciarios u originarios constitutivos del dasein que definen su apertura al mundo). El temor, como vivencia personal, afectado por la dialéctica entre la cercanía y la lejanía, y la seguridad y la inseguridad por otra, en el sentido de que lo amenazante se deja ver como aquello que causa temor en proporción directa a la cercanía.

El por-qué-del-miedo. Sólo un ente, el dasein, al quien en su ser le va este mismo ser, puede tener miedo. El miedo abre a este ente en su estar en peligro, en su estar entregado a sí mismo; el peligro para él es la amenaza de su estar-en-medio-de. No se teme por los objetos con que nos rodeamos generando nuestro mundo en torno de confort y estabilidad. Su desaparición es un trauma, pero lo que se teme es la puesta en peligro de la propia biografía, en tanto que su desaparición le impide hacerse cargo de sí mismo. Lo que se teme, verdaderamente, es la perdida de la posibilidad de disponer de la propia vida, de la existencia.

─¿Hay variedades del miedo? ─le pregunta Alex, mientras retiene en su mente la imagen del torero amenazado suscitado por las últimas frases de Heidegger.

Efectivamente Alex, el susto: algo amenazante irrumpe brusca y sorpresivamente en medio del ocupado-estar-en-el-mundo. El pavor: lo amenazador tiene el carácter de lo absolutamente desconocido. El espanto: lo amenazante comparece con el carácter de lo pavoroso y tiene al mismo tiempo el modo de comparecencia de lo que asusta. Otros miedos son: la timidez, la temerosidad, la ansiedad y el estupor.

Todas las modalidades del miedo, como posibilidades del encontrar-se afectivo, muestran que el dasein, en cuanto estar-en-el-mundo, es «miedoso».

En definitiva, el miedo es constitutivo del dasein, por lo tanto el dasein necesariamente debe ser temeroso o miedoso, por lo tanto, el miedo es un sentimiento no eliminable y  susceptible de aparecer en cualquier momento.

─El miedo tiene un carácter óntico porque remite a lo mundano, a un ente, persona u objeto preciso; no así la angustia que remite a lo ontológico. Siempre se tiene miedo de este o aquel ente determinado que nos amenaza desde tal o cual perspectiva determinada. El miedo es intransferible: otro dasein no puede sentir por ti, el miedo que tú sientes no lo puedes delegar ─remata Manuel.

─El miedo se supera con la valentía? ­─Les pregunta Alex.

Decía Tomás de Aquino que los dos actos del valor son atacar y resistir ─capea la pregunta José Antonio Marina─, pero es más fácil «resistir». Primero porque el acto de resistir parece decir relación a alguien más fuerte que acomete, mientras que ataca sólo el que espera vencer. Segundo porque el que resiste tiene ya sobre si el peligro amenazándole, mientras que el que ataca lo ve como futuro. Tercero porque resistir implica mucho tiempo, mientras que el ataque puede ser repentino, y es más difícil permanecer mucho tiempo que dejarse llevar de un impulso breve para realizar una empresa ardua. Pero una cosa es el valor y otra no tener miedo. Según Aristóteles no se puede llamar valiente a quien no siente miedo. Sólo es valiente el que mira al peligro cara a cara, con miedo, pero sin retroceder. Una cosa es el valor y otra la bravura. El toro bravo responde al ataque atacando, parece que el dolor le anima en vez de disuadirlo, pero eso no nos autoriza a llamarlo valiente. Y por último, una cosa es el valor y otra la furia. La furia es una emoción que además suele ser inconsciente, mientras que la valentía no.

Hay dos criterios para evaluar el comportamiento. Uno pertenece al mundo natural, selvático, donde el pez grande se come al chico y donde hay animales bravos, como el toro, y medrosos como el conejo. El otro criterio pertenece a un mundo creado por la inteligencia, que propone modelos de vida y modelos de personalidad super-naturales, es decir, construidos a partir de la naturaleza, pero superándola. Hay, pues, dos valentías: la natural y la ética

─La instintiva determinista y la de la libertad. Pero una duda, ¿resistir, se refiere a aguantar, a tener aguante? ─inquiere de nuevo Alex.

─Aguante  ─torea súbitamente Francis Wolff─, tener aguante, evidentemente es tener valor. Pero el aguante no es el valor, es una forma muy particular de él, puesto que la corrida requiere diferentes valores muy heterogéneos. No se puede ser un gran torero sin tener mucho valor, no se puede serlo tampoco sin tener un poco de aguante, pero se puede ser un gran torero sin tener mucho aguante, pues, para no retroceder frente a la embestida, cuenta menos el valor que la sangre fría, y ésta supone otra cualidad «física» diferente del valor puro: el autodominio (de su cuerpo, de sus nervios, de sus emociones) y una cualidad «intelectual», la autoconfianza (en sus medios, en su poder). La sangre fría es la que hace posible la impasibilidad, y por eso la «resistencia» de pie frente a la embestida se distingue del valor de la ruleta rusa, la que se hace girar al esperar el toro delante de la puerta del toril: apuesta loca y ciega más que juramento lúcido (no se sabe exactamente qué va a salir, ni donde ni cómo, cegado bruscamente por la luz del día, no sabe a qué embiste ni dónde ni cómo). El aguante supone, al contrario, dejarse ver primero por el toro.

─¿El torero domina siempre el miedo, Francis?

─No siempre es posible, a veces el hombre vuelve a surgir bajo el torero: Currillo petrificado de espanto ante su «Victorino» y negándose a salir de su refugio (Bilbao, 1993); Curro Romero impotente, desesperado, mandando a su banderillero Rafael Torres al combate (Sevilla, 1993); José Ortega Cano afectado, exagerado, teatral, patético, advirtiendo de repente que los olés sonoros que interpretaba en primer grado eran de pura burla (Sevilla, 2002). Entonces, bruscamente ya no estamos en las corridas de toros, hemos vuelto a la realidad: los trajes son un poco ridículos, las medias rosadas son grotescas, los hombres son débiles; los toros unos pobres animales…

─¿Podrías decirnos «lo que es» la fiesta, o cual, o cuales son los elementos constitutivos del placer taurino?

─Por supuesto Alex, pero tal desafío que me propones requiere un breve preámbulo: todos los días hay quienes cogen la capa y la espada y se aventuran a vestirse con virtudes heroicas para afrontar fieras en una plaza. La razón vacila ante su extraño desafío. Ese misterio tiene un nombre: la afición o, dicho de otro modo, la pasión por el toro. No por ello deja de ser un misterio ¿Por qué arriesgarse a cada instante a recibir una herida y la muerte? ¿Por qué poner en peligro su existencia y su tranquilidad? Por nada tal vez ¿por juego, por desafío, por libertad?  Tal vez se haga algo así sin razón. En todo caso, no se hace sin creer en ello. Ha de haber por fuerza, al respecto, todo un fundamento inconsciente, pero tenaz, de valores e ideales. La mayor gloria para un torero, es decir, para alguien que torea toros, es ser llamado torero. Hay un grito, uno sólo, el más alto de la jerarquía del triunfo: «¡Torero! ¡Torero!».

Los elementos constitutivos del placer taurino son cuatro: el placer intelectual de comprender lo que hace el hombre; el placer orgánico de ver expresarse la fuerza del animal; el placer carnal de tensión-alivio ante la relación física del hombre y del animal, y el placer estético de la belleza de las formas creadas por el torero a partir de la embestida del toro.

─¿Qué crees que siente el torero cuando impasible espera la embestida del toro bravo? ─Le pregunta ahora Manuel a Alex.

Yo creo que siente miedo, y al mismo tiempo siente soledad. Miedo por su vida, por su existencia, de la cual se hace cargo en esa soledad acompañada por el silencio expectante de los espectadores. También debe sentir esperanza, al saber que si en su empeño consigue burlar, engañar, a su temible enemigo, tendrá la satisfacción del triunfo, de los aplausos que certifiquen su éxito. Son posiblemente, el miedo repentino a la muerte junto con el triunfo sobre ese miedo, los cataclismos emocionales, la catarsis más fuerte que se pueda sentir en la vida. Ese triunfo personal e intransferible, no delegable al igual que el miedo, como tu apuntabas Manuel, transmiten el sentimiento de la valentía y de la libertad. Creo además, que esos programas de afrontamiento que decía José Antonio: huida, lucha, inmovilidad y sumisión, en los humanos no se contempla la lucha como estrategia frente a un toro bravo. Sólo la inteligencia que puede dominar al inconsciente, a las emociones, o mejor, al instinto natural de supervivencia, puede vencer el miedo, ese miedo constitutivo, estructural, originario, existenciario del dasein, del «dasein ¡Torero!» en este caso. Es probablemente el triunfo de la libertad sobre el determinismo natural, fruto de la valentía, la que somete la emoción del desear bajo el dominio del querer: triunfo de la razón, del temple, del autodominio, del resistir frente al que ataca, del aguante frente a lo temible con un quiebro liberador, de la metis del torero: inteligencia, engaño y astucia frente al toro que son las armas racionales que dominan, doblegan los automatismos vitales que determinan al torero a huir como una gacela asustada, o a quedarse como una estatua de sal ante el desmesurado peligro inminente. Todo eso es valentía, valor: mantener la acción frente a las dificultades, y todo eso es libertad: mantener la inteligencia sobre la emoción. Como dijo Nietzsche: «Tiene valor, quien conoce el temor pero lo domina».

─Quiero añadir a tus reflexiones, Alex, que en estos momentos el debate filosófico no se plantea en torno a la valentía sino a la libertad ─descabella José Antonio Marina─. La valentía es la libertad en acto. Donde haya un acto de libertad, hay un acto de valentía. Los humanos podemos liberarnos de muchas coacciones, de muchas limitaciones, y una de ellas, y no de las menores, es el miedo. La libertad es sólo la posibilidad de liberarse de algo, y puede ejercerse en mayor o menor grado. Otras de las coacciones de las que podemos liberarnos son la ignorancia, la envidia, el odio, la obsesión sexual, la pereza, la furia, todas aquellas pasiones que limitan el juicio y debilitan nuestra capacidad de tomar decisiones. La libertad es un proyecto de liberación que nace sin libertad. Los hombres lobo, que viven desde niños en la selva, con los animales, no son libres. Están sometidos a las pulsiones animales. No desarrollan el lenguaje, ni la capacidad de razonar, ni otros elementos de liberación. Al hablar de libertad, pues, estamos hablando de un proyecto alumbrado por la inteligencia humana. Platón decía que «El valor es el puente que une la razón con el deseo».

─¿Crees Alex, que existe algún paralelismo en el toreo con las reflexiones de Heidegger sobre el miedo? ─pregunta José Antonio.

─Creo que sí. En el ante-qué-del-miedo es claro. Lo compareciente, el bravío, o el peligro como tu decías, es perjudicial para el dasein, ya que se muestra dentro de su contexto respeccional, y la perjudicialidad viene de una zona bien determinada: está en la plaza junto al torero, abalanzándose inquietantemente sobre él. Lo perjudicial, el toro, se acerca constantemente dentro de la cercanía. En la lejanía, en el toril, puede no revelarse, quizás, en su temibilidad, y lo perjudicial, al acercarse puede no alcanzarnos y pasar de largo, lo cual no aminora ni extingue el miedo, ya que el toro bravo, si es bravo, responderá atacando de nuevo. No es un sentimiento de angustia lo que siente el torero, y ahí creo que estamos todos de acuerdo, porque no es un miedo sin objeto, sino que es un miedo óntico, a un ente determinado, y en este caso además, a un ente real y no imaginario: a un toro bravo. Evidentemente es miedo, y no es susto, ni pavor, ni espanto, ni timidez, ni temerosidad, ni ansiedad, ni estupor: es miedo innato domeñado por la inteligencia y la astucia del torero.

─La astucia es la fuerza en el combate de los débiles por naturaleza ─platica ahora Francis Wolff, entusiasmado con la charla socrática─ ¡Es el poder de Ulises, el de las mil tretas, inventor del caballo de Troya! «la metis de nuevo, suspira Alex». La astucia está en el centro de todo acto tauromáquico, pues el torero es hijo de David y de Ulises. Esos combatientes  saben que conviene abordar al adversario, sea cual fuere, de frente (hay que respetarlo), pero que no hay que abordar a un adversario más fuerte cara a cara (hay que engañarlo). Frente al toro siempre, pero nunca cara a cara. Vaciar su fuerza al sesgo: dando un rodeo o poniendo una trampa a la fuerza, que en su forma más simple es el quiebro. Préstese atención a ese par de banderillas al quiebro: el torero inmóvil esboza un regate a fin de modificar ligeramente la carrera del toro y volver con los pies juntos a su posición inicial para plantarlas: el animal, regateado, ya sólo puede cornear al vacío.

─Creo que compartimos con los animales muchas reacciones instintivas ─se dice Alex en voz alta.

─Compartimos con los animales las emociones básicas ─sentencia José Antonio─, pero la inteligencia introduce un cambio radical en nuestra vida afectiva, porque nos permite dirigir la acción por valores vividos y por valores pensados. El miedo nos impulsa a seguir los dictados “emocionales”, a abandonarnos a su lógica. La valentía es, por tanto, un acto ético y no un mero mecanismo psicológico. Pertenece al campo de la personalidad. Un carácter miedoso puede dar luz a una personalidad valiente. De nuevo el misterio de la libertad. Deseo huir pero quiero quedarme.

Se trata de elegir el proyecto de ser valiente ─o sea, libre; o sea, justo─ y de aplicarse a adquirir el carácter necesario para llevarlo a cabo. En cierto sentido es recaer en la psicología, pero en una psicología à rebours, a contrapelo, en dirección contraria a la natural. Mi gran preocupación, es saber si por encima del carácter psicológico podemos construir un carácter ético que nos ayude a saltar del nivel de lo que soy al nivel de lo que me gustaría ser o de lo que debería ser.

La valentía es la virtud creadora, la que proporciona la energía y la habilidad para realizar lo valioso. Ésta es la definición estricta de creación: hacer que algo valioso que no existía, exista por mí.

─Estas últimas frases ─dice Alex─, me rememoran los problemas de mi querido planeta Abdera, donde la nueva especie humana carece de creatividad, pero también de la disposición natural del miedo, y consecuentemente de la valentía, ya que según Aristóteles, y yo suscribo, no se puede llamar valiente a quien no siente miedo. El dasein miedoso fue eliminado genéticamente en el preciso momento decidido por los científicos.

Desde una perspectiva fenomenológica heideggeriana ─continua Alex─, no es claro que un dasein que carezca estructuralmente de alguna de las disposiciones afectivas, tal como la disposición del miedo, se le pueda seguir denominado dasein. Es razonable aventurar, que las reacciones ante el medio sin esa estructura afectiva, no serán las esperadas para un existente normal, ya que un dasein en cuanto ser-en-el-mundo es «miedoso», es decir, no puede ser «no-miedoso». No creo que un ser constituido sin la disposición del miedo podamos llamarle legítimamente dasein, porque para la metafísica heideggeriana, el miedo es un existenciario, un apriori que define su apertura al mundo.

Por otro lado, desde el punto de vista psicologista, también el miedo es algo estructural en cuanto que pertenece al instinto natural, es decir, el miedo es constitutivo del ser humano.

La preocupación de Marina que si por encima del carácter psicológico podemos construir un carácter ético que nos ayude a saltar del nivel de lo que somos al nivel de lo que nos gustaría ser o de lo que debería ser, entiendo que gustar es análogo al desear, por lo tanto este aspecto pertenece al ámbito irracional e inconsciente de los instintos y las emociones, sin embargo, el debería ser pertenece al ámbito ético, del ethos, de la libertad, de lo consciente y racional.

Como la valentía pertenece al ámbito ético, si lográsemos un total autodominio y una total autoconfianza, podríamos crear razonamientos libres de influjos emocionales que condujeran nuestras acciones siempre a acciones de valentía: libertad plena sin ningún atisbo de neurodeterminismo. Podríamos entonces, construirnos un carácter ético extremo, es decir, un carácter, donde la razón domine, subyugue totalmente los deseos, al desear. Ese carácter ético estricto, riguroso, sin término medio entre la razón y el instinto del miedo, significaría que lograríamos comportarnos en todo momento y circunstancia como seres valientes, como seres «no-miedosos»; pero, no hay valentía si no hay miedo, y entonces la denominada valentía no sería tal, no sería esa virtud creadora que proporciona la energía y la habilidad para realizar lo valioso. El toreo sin miedo sería una bufonada, como certeramente apuntaba Manuel Vázquez.

Y al hilo de tu intervención ─dirigiéndose a Manuel─ en cuanto que el miedo es lo que genera autoridad, rigor y emoción en la fiesta, ese miedo, según mi criterio, es extrapolable al ámbito social universal. El miedo, puede interpretarse como un mecanismo de coacción a la libertad social de los individuos por parte de una autoridad legítima o fácticamente establecida: miedo que puede sustanciarse en temor a una pena de cárcel por un delito económico o de cualquier otra índole; miedo a una multa por un delito menor, o miedo a una reprimenda paternal. Sin la coacción del miedo sería impensable, actualmente, el ejercicio de la autoridad, y con ello, sería inviable el cumplimiento generalizado de las reglas de conducta convenidas o dictadas por cada colectivo o grupo social.

─Dirigiéndose ahora a Marina─ Si pudiéramos por encima del carácter psicológico crear un carácter ético estricto que domine, que atenúe completamente al carácter psicológico y lo desactive de alguna manera, esto significaría que ese carácter estaría como dormido, enterrado, muerto, porque estaría sometido totalmente a la razón. Entonces, la valentía no podría denominarse legítimamente valentía, ya que el miedo constitutivo sería como inexistente, lo que conformaría un dasein imposible, un dasein «no-miedoso». Si esto es así, un ser humano con un carácter ético estricto capaz de  anular completamente parte del temperamento innato psicológico, no podría seguir siendo llamado humano. La diferencia entre estos dasein «no-miedosos» y los habitantes genéticamente manipulados de Abdera a los que se le ha extirpado el gen del miedo, estaría sólo en el método de eliminar el miedo constitutivo: de manera científica o de manera racional.

Resumiendo, si el miedo constitutivo es extirpado, anulado, ya sea científica o racionalmente, la valentía sería un sinsentido, y los efectos podrían provocar reacciones extrañas del ser humano ante el medio: que nos comportáramos sin disposiciones afectivas como los robots. Esto puede ser una explicación a los problemas de Abdera. Considero que tanto desde un punto científico como metafísico, la subyugación excesiva del instinto del miedo afecta al ser humano como tal. En general, cualquier anulación o atenuación excesiva de los instintos naturales, podría convertirnos en pseudoanimales o pseudocomputadores.

Estoy convencida de que estamos contraviniendo en Abdera esa intención que la naturaleza ha elegido para todos los humanos, y cuya transgresión se manifiesta en la falta de rigor, de emoción, y en la inclinación al suicidio, a un diría yo, «no-ser-en-el-mundo», sobre todo en individuos jóvenes privados de la disposición afectiva del miedo, y con ello, de la valentía.

─Alex, estamos arribando al puerto espacial de llegada. Tienes cinco minutos para salir a hombros de la plaza de toros después de tu viaje filosófico ─interrumpe con gracia el Simulador.

─Ha sido una experiencia virtual muy interesante y provechosa. Trasladaré vuestras ilustradas enseñanzas filosóficas a los científicos y neurofilósofos de mi planeta, para que analicen y verifiquen en su caso, las repercusiones que éstas puedan tener entre los nuevos humanos, los «no-dasein». Nunca imaginé que la filosofía fuera tan útil a la ciencia como para quizá salvar Abdera de su inintencionada autodestrucción social. Muchas gracias a los tres por vuestra inestimable amabilidad ─manifiesta ella con convencimiento, mientras reflexiona sobre la sintonía redescubierta entre ciencia y filosofía.

─Buen viaje y buena suerte, Alex ─le desean los filósofos mientras sus voces se desvanecen poco a poco …

Stop RVI.

Arturo Gradolí

Abril de 2013

www.neurofilosofia.com

Bibliografía:

–      Filosofía de las corridas de toros. Francis Wolff. Editorial Bellaterra 2010.

–      Anatomía del miedo. Un tratado sobre la valentía. Editorial Anagrama 2006.

–      Ser y tiempo. Martin Heidegger. Editorial Trotta 2012.

«El torero, imperturbable, armado con su capa, solitario como un eremita, domina el centro justo del ruedo: espera a su enemigo. El toril se abre a fuerza de cornadas atronadoras. Él, espera al astado sin retroceder ni medio paso: aguanta porque es torero. El toro intimida, embiste: ataca porque es toro. Un quiebro, un engaño: la metis del torero. Aplausos: triunfo. El toro se revuelve y ataca de nuevo: es toro bravo».